Jorge Aguirre Charvet

Blog para la reflexión sobre la actualidad, el periodismo y la comunicación Email: jaguirrech@gmail.com Quito - ECUADOR

4/02/2008

 

Ecuador y Venezuela descalifican pruebas colombianas que les incriminan


Con apenas un día de diferencia los Cancilleres de Venezuela y Ecuador, Nicolás Maduro y María Isabel Salvador, restaron validez y se burlaron de las pruebas que presentó Colombia, incriminando a ambos gobiernos, en el accionar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Simultáneamente, el Fiscal General de Ecuador, Washington Pesantez, de visita oficial en Venezuela, proporcionó una “curiosa versión” sobre las actividades que las FARC cumplían en el campamento que habían montado en territorio de Ecuador y que Colombia destruyó mediante una operación militar el pasado 1 de marzo.

Tales son las últimas novedades en el conflicto que mantiene congeladas las relaciones de Colombia con Ecuador y Venezuela, cuando crecen las sospechas sobre el real grado de involucramiento de Quito y Caracas con las FARC, lo que se despejará por completo cuando Bogotá muestre todas pruebas que obran en su poder.

Todo gira alrededor de cuatro computadores incautados en el campamento de las FARC, en los que Colombia afirma haber encontrado abundante información escrita y gráfica, parte de la cual fue enviada a Venezuela y Ecuador. La INTERPOL analiza los computadores y deberá certificar su autenticidad

Maduro negó el martes validez a la información que Colombia le entregó como proveniente de los computadores de las FARC. “No reconocemos de ninguna manera la supuesta existencia de esos documentos que dicen sobrevivieron de una computadora”, dijo Maduro con sorna.

Salvador declaró hoy: “las 24 hojas que nos han entregado son textos impresos y una información absolutamente parcial del universo de datos supuestamente encontrados en las computadoras anti-bombas, porque, según las propias autoridades colombianas, las computadoras tendrían alrededor de 16.000 documentos”.

La “curiosa versión”

El portal http://www.noticias24.com/ divulgó hoy la siguiente información:

Una curiosa versión de lo que hacían las mujeres en el campamento de Reyes

El Fiscal de Ecuador, Washington Pesantez, estuvo hoy en Caracas donde afirmó que las mujeres colombianas que sobrevivieron al bombardeo del campamento de Raúl Reyes, estaban allí obligadas para cumplir labores domésticas como lavar ropa, cocinar, limpiar y criar cerdos.

Cuando se le preguntó sobre el video en el que aparecen las colombianas celebrando en una fiesta del campamento, Pesantez las justificó aduciendo que “cuando están en esas circunstancias, cuidadas por guerrilleros, no pueden manifestar su descontento, no hay medios de comunicación para declararles. Una de las pruebas de que estaban ahí obligadas es que una de ellas, durante el bombardeo, estuvo atada a un árbol”.

Sobre el caso de las mexicanas, Pesantez indicó que llegaron al campamento el día previo al ataque y que estaban ahí por razones académicas. Habían asistido a un foro en Quito y posteriormente se trasladaron a la zona fronteriza con Colombia.

Indicó que estas mujeres son más víctimas que implicadas en la guerrilla por lo cual pueden abandonar perfectamente el territorio ecuatoriano porque no tienen nada por lo que ser imputadas, aunque seguirán las investigaciones.

Cuando se le preguntó que el hecho de que estas mujeres puedan abandonar Ecuador podría ser interpretado por Colombia como una falta de colaboración en la lucha contra el terrorismo, Pesantez indicó que “ese criterio subjetivo es respetable pero no lo compartimos”.

Sobre si el campamento de Raúl Reyes era permanente o temporal en el territorio de Ecuador, el fiscal indicó que eso “corresponde a concepciones de tipo táctico. Pero si era permanente no podía tener mucho tiempo porque sino las Fuerzas Armadas de Ecuador lo hubiesen detectado”.

Sobran los comentarios. A más de uno “sorprende tanta beligerancia por parte de las autoridades ecuatorianas contra el Estado colombiano y tanto silencio contra el terrorismo”. Razones habrán pero, en mi opinión, es más que claro que para el gobierno de Ecuador su colega colombiano es delincuente y las FARC son “compañeros”.

¿Cabezas de turco?

Hoy se informó en Quito que el Ejecutivo ecuatoriano relevó de su cargo al Director de Inteligencia del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de su país, General Luis Garzón, supuestamente, por no haberle informado que Franklin Aisalla militaba en la narcoguerrilla terrorista de las FARC.
Según el diario El Tiempo de Bogotá, además de Garzón, habría sido destituído también el coronel Mario Pazmiño, Jefe de Inteligencia del Ejército.
En mi opinión, "el tema tendrá cola a corto plazo"

 

Estas son las FARC, "compañeras" del Presidente de Ecuador, Rafael Correa

El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, llamó "compañero" a su compatriota Franklin Aisalla, que murió integrando el campamento que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), habían montado en territorio de Ecuador y que una incursión del Ejército colombiano lo destruyó el 1 de marzo, dando lugar a una crisis que aún no concluye. En ese campamento se encontraron pruebas que implican a las actuales autoridades ecuatorianas en el accionar de las FARC

Para ilustración del Presidente Correa, este blog reproduce a continuación el reportaje que sobre las FARC publicó el diario español El País, en su edición digital.

Zona FARC. La ley de la selva
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

Esto es un viaje a la intimidad de la guerrilla más antigua de América Latina. Un fotógrafo les acompañó en sus operaciones en la selva colombiana y fue testigo de sus manejos con la cocaína, su principal fuente de ingresos junto con los secuestros. Uno de los más importantes escritores de Colombia relata la actualidad de un grupo terrorista que cada vez se encuentra más solo en el mundo.

A los soldados, a los marineros e incluso a los cuatreros les concedía el doctor Johnson “the dignity of danger”, la dignidad del peligro. Quizá ésta sea la única dignidad que todavía conservan en Colombia los guerrilleros de las FARC: la de poner cada día en riesgo su vida. Surgida hace 44 años (el 20 de julio de 1964 es la fecha oficial del bautizo) como una milicia de campesinos acosados y desesperados, este grupo armado evolucionó hacia una guerrilla marxista en los setenta y ochenta, pero luego sus ideales se han venido degenerando hasta llegar a la miseria ideológica de hoy. Si uno lee sus comunicados, de una sintaxis tan confusa como su pensamiento, difícilmente entiende sus propósitos. La pobreza del discurso, además, se acentúa por la degradación de sus métodos de lucha, que incluyen la práctica del secuestro, el tráfico de cocaína, el asesinato de civiles, los atentados terroristas a torres de energía, a pueblos e incluso a templos y escuelas, el reclutamiento de menores y la explotación de niñas y mujeres en trabajos sexuales y serviles.

Su discurso, fuera de unos eslóganes repetidos que parecen espectros de la guerra fría, no ha podido revitalizarse ni siquiera con la reciente inyección chavista de supuestos ideales bolivarianos. El barniz que les ha querido dar el fogoso presidente vecino (Hugo Chávez, que después de su pelea con Uribe se declaró amigo de las FARC y hasta homenajeó con un minuto de silencio al “comandante Raúl Reyes”, caído en un bombardeo del ejército colombiano) no les ha servido para aumentar su popularidad en el país. A pesar de las tremendas injusticias y desigualdades de la realidad colombiana –un país donde el 50% de la población vive en la pobreza–, la base social de la guerrilla es mínima, y el apoyo que este “Ejército del Pueblo” tiene dentro del pueblo real está más cerca del cero que del 3%. Los pobres surten, sí, su mano de obra, pues siempre hay muchachos que quieren recibir una paga por cualquier oficio; pero no hay base social de las guerrillas ni entre los pobres colombianos: casi nadie las apoya, y hasta el partido político más a la izquierda –el Polo Democrático– condena con vehemencia sus formas sanguinarias de lucha.

Paradójicamente, no es la pobreza de Colombia la que alimenta nuestra guerra, sino las inmensas riquezas naturales del país. Pueden citarse algunos casos emblemáticos: una empresa como Chiquita Brands (la de los bananos, la antigua United Fruit Company) ganaba tanto dinero en el país que podía permitirse pagar impuestos de guerra al Estado, financiar a los paramilitares –por lo cual ya ha sido condenada en tribunales norteamericanos– y pagar vacunas a la guerrilla. Algo muy parecido ocurre con terratenientes y compañías petroleras. Los primeros han pagado secuestros a la guerrilla, trabajos sucios de vigilancia a los paramilitares e impuesto de patrimonio al Gobierno. Y a pesar de que todos paguen porcentajes a los tres principales combatientes de la guerra, todavía obtienen ganancias suficientes para seguir siendo ricos. Con otros negocios ocurre lo mismo: cocaína, oro, esmeraldas, níquel… La gran riqueza nacional financia a todos los actores de una guerra que, alimentada así, parece no tener fin.

Pero volvamos a las FARC. Aunque tengan algunos cuadros de apoyo en las ciudades e incluso en el exterior, “la guerrilla más vieja del mundo” es eminentemente rural. Incluso rural es una palabra inexacta, pues, más que rural, la guerrilla de las FARC se ha convertido en una guerrilla selvática. Son las selvas desmesuradas e inextricables de Colombia las que explican que todo el poderío militar de Estados Unidos (que entrega a Colombia, después de Israel y Egipto, la tercera ayuda militar más grande del planeta) haya sido incapaz de rastrear el sitio donde se encuentran, por ejemplo, los tres contratistas norteamericanos secuestrados desde hace cinco años en el sur del país. Y es la selva también lo que le da su carácter (salvaje) a este conflicto, porque allí, al decir de un poeta colombiano, “los hombres aprenden a ser crueles”.

Tampoco un Gobierno como el actual, alérgico a todo acuerdo de paz y absolutamente inclinado a la solución militar del conflicto, que cada año dedica una porción más grande del presupuesto a financiar las Fuerzas Armadas, ha sido capaz de derrotarlas del todo después de casi seis años de lucha sin cuartel. Ha disminuido el secuestro, es cierto; los ha alejado aún más de los centros urbanos y de las carreteras principales; pero la victoria definitiva no parece inminente, a pesar del creciente tono triunfalista de los comunicados del Gobierno. En la guerra de guerrillas, dicen los estrategas militares, el ejército regular pierde si no gana, mientras que a la guerrilla le basta no perder para seguir soñando con el triunfo.

En las últimas semanas, sin embargo, la balanza parece inclinarse con fuerza del lado del Estado. El Secretariado, es decir, la cúpula directiva de las FARC, está compuesto por siete miembros. En el último mes, dos integrantes de esa cúpula han muerto: Raúl Reyes, por una acción “al estilo Israel” de la aviación colombiana en territorio ecuatoriano (en el bombardeo murieron 17 personas, entre ellas algunos simpatizantes mexicanos de la guerrilla), e Iván Ríos, que cayó por una traición de un guerrillero cercano a él que quiso cobrar la recompensa de dos millones de dólares ofrecida por el Gobierno por su cabeza. Esta práctica de recompensas no deja de tener graves riesgos de degradación del conflicto. El solo hecho macabro de que el hombre que traicionó a Ríos haya matado también a su compañera y le haya cercenado una mano para demostrar la identidad del muerto revela el grado de degradación de esta guerra tropical. El pago de recompensas, al estilo del Oeste norteamericano, indica que también los métodos de lucha del Estado se están degradando, haciendo perder legitimidad a una democracia que parece estar incluso dispuesta a dejar de serlo con tal de ganar la guerra.

Hasta ahora, la geografía colombiana ha jugado a favor de la guerrilla, y no sabemos si estos golpes recientes son el comienzo del fin de las FARC. Hasta ahora había sido casi imposible derrotar a una guerrilla bien entrenada que se mueve en selvas impenetrables del tamaño de Suiza, con ciento por ciento de humedad y cuarenta grados de temperatura a la sombra, infestadas de alimañas y enfermedades (paludismo, cólera, fiebre amarilla, leishmaniasis). Además, aunque el Gobierno colombiano publica cada año cifras crecientes de bajas, deserciones o capturas de guerrilleros, éstos parecen reproducirse como por encanto. Mueren o se retiran muchos, es cierto, pero otros los reemplazan. Cuando en un país abunda la miseria, tampoco escasea la mano de obra barata, incluso la criminal. Gracias al tráfico de cocaína y al dinero de los secuestros se les puede pagar una mesada a los guerrilleros nuevos, y esto hace que las FARC, pese a las bajas, cuenten con muchos hombres. Nadie sabe exactamente cuántos son, pues los datos son contradictorios y las cifras van desde 8.000 hasta 30.000 combatientes. Todos estos factores, unidos a la corrupción que existe en las Fuerzas Armadas, hacen que la guerra en estos trópicos sea particularmente dura y larga.

Pero a la dureza del sitio están mejor adaptados los guerrilleros, en general oriundos de esas zonas, y en cuanto a la duración, si algo tiene la guerrilla de las FARC es una percepción parsimoniosa y dilatada del tiempo. Con secuestrados que llevan hasta diez años en las selvas, con una lucha que va para medio siglo (hay guerrilleros hijos de guerrilleros que ni siquiera conocen una ciudad), se entiende que ellos, para quienes la guerra, el secuestro y el tráfico de cocaína se han convertido en un modus vivendi, estén dispuestos a darle a su lucha la duración eterna del infierno. Un proceso de paz no parece nada fácil porque la guerrilla no tiene ningún prestigio entre la población civil, y aunque haya entre sus programas reivindicaciones justas (por ejemplo, la reforma agraria), sería difícil que el Gobierno las aceptara en una mesa de negociaciones. Por paradoja, quizá lo más conveniente sería que la guerrilla aceptara convertirse en un nuevo partido bolivariano que midiera sus fuerzas en las urnas, y para esto convendría la intermediación de Chávez, que es vista con odio por la mayoría de la población colombiana.

El viajero que venga hoy a Colombia, si se limita a frecuentar ciertos barrios de las ciudades, si va a zonas rurales o a poblados que no estén muy lejos del corazón de casi todas las regiones, no percibirá una presencia física de la guerrilla. Durante muchos periodos, los mismos colombianos nos hemos olvidado de su existencia, mirándonos el ombligo más o menos civil de las ciudades y campos conquistados. Cerca del corazón no se percibe el temor de un ataque, y ni siquiera ahora se corren graves riesgos de secuestro. Pero si el visitante se aparta, cuanto más se aleje notará que la mano del Estado llega cada vez más débil. Allí gobierna la fuerza y se vive en la ley de la selva, bien sea que ésta la impongan los guerrilleros, los paramilitares reencarnados –a pesar del proceso de paz– o los caciques.

Colombia no es un solo país, y ni siquiera sus ciudades son una sola ciudad. A media hora de distancia, en nuestras capitales conviven opulencias del Primer Mundo europeo o norteamericano con miserias africanas. Como un microcosmos, como un resumen del mundo, en las ciudades de Colombia se puede pasar en un rato de Suiza a Sierra Leona, y en esta imagen se incluye desde el color de los habitantes, pasando por el verdor de los prados y la tranquilidad de las vacas que pastan en valles paradisiacos, hasta llegar, no mucho más allá, a las basuras y albañales al aire libre, a la miseria desnuda, al hambre –casi siempre vestida de piel más oscura– y al ardor estéril de las tierras baldías o semidesérticas.

Un elemento que no se puede olvidar en el conflicto colombiano es que al virus guerrillero le resultaron unos anticuerpos tan virulentos e incluso más mortíferos que la enfermedad que pretendían combatir: los paramilitares. Si en los últimos años se ha registrado un gran descenso en las cifras de asesinatos en Colombia, esto se debe al proceso de paz con los paras, que resolvieron dejar de matar. Y como eran ellos quienes más mataban, con métodos salvajes y viendo guerrilleros en cualquier persona crítica, las cifras han mejorado. Lo malo es que en muchas regiones su poder permanece intacto, y a veces da la impresión de que este proceso de paz no es otra cosa que la llegada a la edad de retiro de una generación de comandantes narco-paramilitares que, después de jubilada, podría ser reemplazada por otra. Otra interpretación es que, en algunas zonas rurales, ellos ya ganaron la guerra, tienen el poder político y ahora controlan a la población con métodos de extorsión que no requieren tantos asesinatos como antes.

La mayoría de los colombianos queremos creer que nuestras pesadillas no serán eternas, y para protestar contra ellas participamos hace poco en dos marchas: una contra la guerrilla, de muchos millones de personas, y otra contra los paramilitares, que incluyó también a personas de todas las extracciones y categorías sociales. Creo que al fin las mayorías estamos de acuerdo en que hay que oponerse a unos y a otros.

Lo que se vive en las selvas se puede entender mejor con lo que el poeta William Ospina escribió alguna vez sobre la rebelión enloquecida de Lope de Aguirre. Las cosas, cuatro siglos después, no son tan distintas:

“Nada es piedad aquí, nada es dulzura. / Si son crueles los monjes en los penumbrosos claustros de España, / si son degolladores los reyes y envenenadoras las reinas / en sus artísticos salones llenos de lienzos y de lámparas, / si son perversos los obispos y lascivos los papas / en la nube de mármol de sus tronos romanos, / si son despiadados los clérigos que leyeron a Homero y a Séneca, / si son salvajes los capitanes que comen la carne cocida / salpicada de jerez y orégano, / si bajo Europa entera aúllan las mazmorras, / ¿cómo puedo ser manso en estas tierras, / ceñido por las selvas impracticables, / lejos de esos palacios tapizados por la letra y la música? / He decidido ser un tigre. / La selva invade el alma como un vino. / Aquí no hay bien ni mal, sino el zarpazo”.

 

Hacer el rídículo: la moda gubernamental del siglo actual

El Presidente de Venezuelas, Hugo Chávez, montó en cólera luego que la agencia internacional de noticias Reuters, lo ridiculizará con esta fotografía en la que aparece como un vulgar ratón miguelito.

El presidente colombiano Álvaro Uribe declaró públicamente el martes que está sorprendido de la beligerancia de que hacen gala las autoridades ecuatorianas contra el estado Colombiano, en tanto mantienen silencio respecto al accionar de la narcoguerrilla terrorista que mata, viola y secuestra desde hace medio siglo.

Puede estar seguro el mandatario colombiano, que goza de una popularidad notable entre sus compatriotas, que igual sorpresa asalta a muchos ecuatorianos. A la guerrilla asesina, que en breve liquidará a la excandidata presidencial Ingrid Betancourt, la máxima instancia del poder ejecutiva de Ecuador la considera “compañera”.

Esa misma guerrilla en cuyo honor el presidente venezolano Hugo Chávez pide guardar un “minuto de silencio”, porque ha cayó en su ley, acribillada, junto a sus pares, en el campamento levantado en territorio ecuatoriano en el que, según ahora se sabe, abundaban las “parrandas, los travestis y los tragos de whisky”.

De Chávez se puede esperar eso y mucho más. Provocar el ridículo para él es consustancial a su personalidad. Es el gran militarote, que seguramente inspiró a Elías Condal su obra magistral “Imagen estructural del gorila” sobre el militarismo ignorante y atrabiliario que de tarde en tarde prolifera en nuestros países.

Pero que un ex boy scout formado por los salesianos y devoto asistente infaltable a la misa dominical de los jesuitas, que además es un académico con formación en Universidades de Estados Unidos y Bélgica, que él llame “compañeros” a la hez de la humanidad, sorprende grandemente.

Leí que el presidente venezolano arrastra un trauma infantil agravado en la juventud, por lo que adolecería de desequilibrio mental, sobre el cual no pueden hablar los medios de comunicación de Venezuela. ¿Ocurrirá algo similar con quien ocupa la primera magistratura en Ecuador? Realmente no lo podría creer pero que ocurre, ocurre.

Y no solamente Chávez y Correa desbarran. El Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, denunciado en su país como violador de su hijastra, provoca el ridículo internacional al reactualizar, en las últimas horas, un reclamo a Colombia sobre soberanía marítima, algo ya resuelto en la reciente Cumbre del Grupo de Río de República Dominicana.

¿Es que ahora se gobierno para provocar el ridículo? El ministro de Defensa de Venezuela, general Gustavo Rangel, va a Uruguay y declara que su país gasta millones en armarse para defenderse de Estados Unidos que quiere infiltrarse en la zona del Orinoco para recabar datos sobre sus recursos naturales.

Otro militar venezolano el general retirado Melvin López Hidalgo, denunció el martes en el Estado Miranda, la existencia de un plan ofensivo contra su país, denominado “centauro”, que lo desarrollaría el Ejército de Colombia con el apoyo de los Estados Unidos, país al que insistentemente Chávez acusa de planear su asesinato.

Que espera el Rey de España para silenciar a todos estos monigotes. El pueblo venezolano se muere de hambre. Hace una semana la carne importada por Chávez resultó podrida y el martes un grupo de niños resultaron intoxicados tras consumir alimentos en el “restaurante bolivariano” de su escuelita pobre e íngrima.

En Ecuador las lluvias inundan campos y ciudades y la ayuda oficial llega tarde, mal o nunca; la canasta popular es cada vez más cara; los programas asistencialistas del gobierno a favor de los más pobres no solucionan nada; y, sin embargo, se forma causa común con los grupos de delincuentes que operan al otro lado de la frontera.

El canciller venezolano Nicolás Maduro y su colega del Interior, Rodríguez Chacín, provocaron al ridículo internacional en las últimas horas, al descalificar las pruebas que el gobierno colombiano maneja para probar que Venezuela apoya y financia a la narcoguerrilla por lo que podría ser calificado como “estado terrorista”.

Pruebas similares han sido entregadas también a las autoridades ecuatorianas quienes, seguramente, igualmente las descalificarán, lo cual no sorprenderá a nadie ya que igual que ocurre en Venezuela, implican directamente a las más altas autoridades de ambos gobiernos en actuaciones conjuntas con la narcoguerrilla.

En el caso de Ecuador, un ministro en funciones se reunió con la narcoguerrilla para pactar mecanismos de protección para su accionar y, algo humillante, las actuales autoridades, cuando se hallaban en campaña electoral en 2006, gestionaron y obtuvieron de esa misma guerrilla un “óbolo” de 100.000 dólares de ayuda “desinteresada”.

Venezuela está acusada de ayudar a la guerrilla. Las acusaciones contra Ecuador están detalladas. En ambos países, según denuncia oficial colombiana, están operativos varios campamentos de la guerrilla que para financiarse obtiene dinero a cambio de rehenes, roba, asalta y comercia con droga.

Todo eso y más se conocerá cuando Colombia abra los cuatro computadores que encontró en el campamento de la guerrilla montado en territorio ecuatoriano. Esa información debe salir a luz. Constituye un imperativo histórico que toda esa verdad se conozca. Si Colombia calla pasará a la historia como cómplice y encubridora.

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