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Quito - ECUADOR
Navegando en la red he detectado información para desarrollar este tema, que les invito a compartir conmigo y que por razones de la coyuntura internacional tiene una enorme actualidad.
Las dos ultimas décadas del siglo XX fueron el escenario del derrumbe de un mundo bipolar, en el que el poder y el dominio se repartían, por un lado, entre los Estados Unidos con una filosofía capitalista y una sensación de libertad y, por otro, la Unión Soviética, en la que imperaba el comunismo en el que supuestamente el poder estaba en manos del proletariado, lo que en verdad era un mito, existiendo más bien un control férreo sobre usos, costumbres y, fundamentalmente, sobre las libertades.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y el derrumbe y desaparición del Imperio Inglés, Estados Unidos “controlaba” prácticamente toda América -excepto Cuba- Europa Occidental, algunas zonas de Asia y África y Australia. El resto del planeta era comunista con sus dos ejes, el uno con punto focal en Moscú y el otro teniendo como centro directriz a Pekín.
En las teorías de Marx y Engels y el fin del Imperio de los Zares en Rusia, podemos encontrar el origen de la que seria la Unión Soviética cuya estructuración como ente único es prácticamente un hecho con el fin de la Segunda Guerra Mundial. En el periodo primigenio y en su orden tenemos como figura señeras a Vladimir Ilyich Ulyanov, más conocido como Lenin y en el posterior a Joseph Stalin, Nikita Khrushchev, Leonid Brezhnev, Yuri Andropov, Konstantin Chernenko y Mikhail Gorbachov, este último, del que parte nuestro análisis sobre la reforma de la Perestroika y las revoluciones de Europa del Este.
El punto de partida reformista de Gorbachov fue modesto, teniendo en cuenta la posterior evolución de la Unión Soviética que para cuando él arribó el poder había llegado a una situación de crisis económica, política y social generalizada y a punto de convertirse en un país tercermundista, por la falta de consumo interno de bienes industriales. La situación era muy similar en la que era entonces la Europa del Este o Europa Comunista, un conjunto de países supuestamente independientes pero cada uno de ellos dominados por el partido único, el Comunista, una economía centralizada en manos del Estado y una sociedad cautiva y despojada de sus libertades. Los intentos en Hungría, Checoslovaquia y Polonia por romper el dominio fueron dominados son sangre y solamente los polacos pudieron a la final conseguir la libertad lo que coincidió y fue factible por el derrumbe de la Unión Soviética.
La estructura del Estado y del partido único, el Comunista, que en conjunto eran uno solo, estaba dominado por lo que se llamaba la “nomenclatura”, un conjunto de funcionarios de alto y mediano nivel que los copaban y manejaban a su antojo, un verdadero “estado dentro del estado”. En medio de la crisis Gorbachov los enfrentó con la “perestroika” y el “glásnot” que en lugar de poner en orden al sistema, terminó liquidándolo. Se tomaron medidas liberalizadoras de la economía y de la sociedad civil con la perestroika y se procedió a la liberalización de la opinión pública con el glásnot, poniendo de manifiesto las diferencias entre las esperanzas de mejorar la economía y las de lograr mayores grados de libertad.
En 1989 la crisis se agudizó. Durante los años siguientes irían cayendo el resto de los regímenes comunistas del este de Europa. En agosto de 1991 los comunistas pretendieron dar un golpe de Estado para recuperar el poder y restablecer la situación, pero fracasaron, siendo a la final la causa de la desaparición de la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas, la URSS, cada una de las cuales se constituyo como ente independiente y a la cabeza de ellas. Rusia. Cosa igual ocurrió con el resto de países ubicados al este de la “cortina de hierro”, denominación dada por Winston Churchill, que colocó al un lado a los países en los que existía libertad: la Europa Occidental y al otro, aquellos en los que la libertad era un mito: la Europa del Este.
Se trató, en suma, de la sustitución de una clase dirigente gerontocrática por otra que, en el estilo propio de quien la dirigía, desde el principio pareció semejante a la característica de un político occidental por su carisma, determinación y apariencia de eficacia. Pero, de cara a la política interior del partido, el estilo de Gorbachov experimentó menos cambios. "Tiene una sonrisa amable, pero dientes de acero", aseguró de él Andrei Gromyko, el canciller soviético. Lo importante, sin embargo, estriba en que, en realidad, la Perestroika se enmarcaba en su momento inicial en un tipo de comportamiento habitual en el seno del régimen soviético. Se trataba de lograr un uso más apropiado de los medios económicos de los que se disponía, porque se admitía ya la existencia de un abismo entre la realidad y lo oficial. Este nuevo impulso reformador incluyó la purga de una burocracia ineficaz y la voluntad de implicar al conjunto de los ciudadanos en la tarea colectiva de reconstruir la economía nacional. Lo auténticamente novedoso fue, por tanto, la sensación de inevitabilidad en la autocrítica y la urgencia de resolver los problemas productivos, así como la amplitud de la revisión a emprender. Pero Gorbachov era, y siguió siéndolo, un pragmático y no un teórico. Por más que él mismo -y, sobre todo, alguno de sus colaboradores iniciales, como Yeltsin- utilizara un lenguaje desgarrado, su universo intelectual permanecía en la ortodoxia del sistema.
Con Gorbachov se acabó la Unión Soviética, como muchos la conocimos durante buena parte de nuestra vida y en su derrumbe arrastró a una ideología complicada y poco realista por tratar de oponerse a la ambición humana, la avaricia y el egoísmo, dejando huérfanos de sustento a una pléyade de ideólogos del mundo entero que debieron buscar nuevos ideales o anclarse en el pasado. Muerta la URSS, su rival de la Guerra Fría, la USA, se convirtió en hegemónica disponiendo del mundo a su capricho y sin que puedan hacerle sombra Japón o la Unión Europea. Ahora no solo la suerte es triste para México, por estar lejos de Dios y cerca de los Estados Unidos, sino para todo el planeta. El mundo unipolar ha generado nuevas tensiones, como el terrorismo y el fundamentalismo y el Gran Hermano, como ocurrió con la Roma Imperial, no se da cuenta que es su accionar el que las genera y que más pronto que tarde, le sobrevendrá el desastre.
Nota: cualquier comentario agradeceré transmitirlo al al email jaguirrech@usa.com
publicadas por Jorge Aguirre Charvet #
5/12/2004 