Jorge Aguirre Charvet

Quito, la capital de todos los ecuatorianos, está de fiesta. Este 6 de diciembre se engalana, como lo hace todos los años, para celebrar alborozada un aniversario más de su fundación.
Pero Quito es algo más que una ciudad hermosa, patrimonio de la humanidad por declaratoria de las Naciones Unidas. Quito es la ciudad a la que extrañan todos aquellos que se alejan de ella.
Cuenta la historia que la urbe nació de las cenizas. Los españoles la encontraron incendiada como resultado de la acción indígena que prefirió destruirla antes de que dejarla en manos de los invasores.
El Reino de Quito fue anterior a la formación del gran Imperio Inca. En esta ciudad, recoleta y cálida como su gente, se asentaron antiguos pueblos cuyas huellas se están descubriendo en estos días.
Los españoles que la fundaron apenas si hicieron aquello que muchas centurias antes concretaron otros hombres: la de identificar el sitio como el más aconsejado para establecer una nueva ciudad.
Sombra tutelar de un gran conglomerado montañoso, suelo feraz, abundante agua fueron características que los urbanistas de hoy y siempre consideran como las mejores para albergar a un pueblo.
Y en efecto, aquí se asentaron esos primeros españoles que venciendo al hombre y a la naturaleza, tras cruzar un enorme mar, descubrieron un nuevo mundo y no las Indias que buscaban.
Tras un largo trajinar por desiertos ardientes, selvas misteriosas y altas montañas, esos barbudos vinieron a confluir en estas tierras y lo que vieron les gustó y aquí asentaron a la nueva ciudad.
Los siglos transcurrieron y aquí hombres y mujeres continuaron llegando, pero su característica única de ser un altozano vecina del cielo, la aisló siempre aunque no la despobló.
Durante toda la Colonia Quito mantuvo su calidad de ciudad sede de los poderes político, militar y eclesiástico y con la fundación de la República conservó esas características.
Hoy Quito sigue siendo la misma de entonces pero es diferente. Sigue recibiendo a propios y extraños con la misma calidez, fraternidad y amistad pero se ha hecho más grande y cosmopolita.
De aquí parten a los cuatro puntos del horizonte ecuatorianos del último rincón de la patria, en búsqueda de mejores condiciones de vida y cuando lo hacen juran retornar más pronto que tarde.
Porque los ecuatorianos, cuando nos alejamos de nuestra realidad y de nuestra gente, siempre queremos volver; más pronto o mas tarde necesitamos regresar al terruño que nos vio nacer.
El pueblo suele decir utilizando una expresión quechua que “la tierra chuta”, lo que equivale a sostener que el lugar en el que uno vio la vida por primera vez, atrae siempre, por más lejos que de él estemos.
La triste realidad actual de la inmigración no es nueva para nuestros pueblos. Cuando el Inca los convirtió en sus súbditos, el extrañamiento forzado y obligado fue una realidad siempre presente.
Cuentan los historiadores que muchos pueblos del Reino de Quito fueron desarraigados por el invasor Inca y asentados en lejanos sitios, para afrontar rebeliones y evitar la cizaña de la inquietud antiimperialista.
Hoy el poder del dinero y de la necesidad de conseguir una vida mejor para nuestros hijos, lleva a muchos quiteños, a muchos ecuatorianos a buscar nuevos rumbos y asentarse en extraños lugares.
Los estadígrafos estiman en más de 2 millones de ecuatorianos los que se encuentran repartidos en puntos tan distantes como Italia y Australia o España y los Estados Unidos.
Allá están por obra de las circunstancias, porque un poder superior los obligó a buscar nuevos rumbos, pero donde se encuentran sienten el llamado de la patria que cuando regresan los acoge complacida.
Por eso, ahora que Quito recuerda un aniversario más de su fundación, la oportunidad debe ser la mejor excusa para que quienes están lejos, prometan más pronto que tarde, volver a esta ciudad, volver al país al que pertenecen.
Los mahometanos tienen como mandato divino visitar La Meca por lo menos una vez durante su vida terrena. Los quiteños, los ecuatorianos, deben imponerse, también como mandato, volver a su ciudad, volver a su país.
De una forma u otra ellos vuelven todos los días. Las remesas de dinero que envían al país superan el monto de ingresos por el petróleo, el principal rubro de exportación del Ecuador.
No son divisas que ingresan automáticamente a la economía nacional, pero su aporte es enorme porque permiten sobrellevar a muchos ecuatorianos, especialmente niños, mujeres y ancianos, la dura realidad diaria.
Esos ecuatorianos que hoy están lejos, los tenemos siempre presentes, su aporte es real y permanente y desde su puesto de trabajo, su lugar de residencia, están haciendo mucho por el país al que aman.
Quito, la capital de todos los ecuatorianos, abraza a todos esos compatriotas que lejos luchan y sufren por ganarse la vida y con quienes hemos preferido no abandonar nuestros lares, les expresan los mejores votos.
Ahora, quizás, no podrán venir a celebrar con nosotros la fiesta de la ciudad, pero lo harán dentro de un año o al pasar otros diez, porque Quito es la ciudad a la que siempre se vuelve.