Jorge Aguirre Charvet

Repugna que un gobierno valiente que ha sabido contener al potro cerril ahora baje la guardia y trate en forma discreta y amigable al jinete que lo encabritaba. El presidente venezolano Hugo Chávez se había convertido en el real impulsador del narcoterrorismo de las FARC y ahora su par colombiano, Álvaro Uribe, ordena tratarlo con cortesía.

A este paso mañana, con la excusa de que la paz debe reinar entre países vecinos, Uribe se estaría preparando a archivar las pruebas que tiene contra el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, de supuesta connivencia con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, y todo se olvidará para quedar sepultado en el olvido.

Recuerdo haber leído que todos aquellos intentos de la guerrilla de crear zonas de despeje, adelantar operaciones para entregar rehenes, reunirse para tratar sobre la paz, eran tretas inmundas para reducir la acometida de las fuerzas del orden, reorganizar los cuadros, reabastecerse, reemplazar el parque y alistarse para volver a atacar.

Chávez y la marioneta que tiene en el sur dijeron que desarrollaban una “admirable acción humanitaria” para liberar a los rehenes de las FARC. No había tal. En realidad querían dar un respiro a los facinerosos para que reorganizándose -incluso recibiendo por las fronteras armas, vituallas y dinero- recobrasen fuerzas para reiniciar la guerra.

Ahora ocurre algo igual: Chávez se ha transformado de repente en un dechado de bondad, pide perdón y da excusas a todos, envía emisarios a convencer a sus peleles para que dejen de ser agresivos, ríe y festeja al Rey de España cuando vuelve a pedirle que se calle la boca y, el presidente colombiano, cae en el juego y ordena templanza.

Uribe, incluso, se allana a una nueva gestión del Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), el chileno José Miguel Inzulza, para retomar la gestión de paz entre Colombia y Ecuador, creyendo, ingenuo, que Correa va a mantenerse, por largo tiempo, sumiso mordiendo el freno que, por el momento, impide se encabrite.

El presidente colombiano está jugando la carta errada. Correa y Chávez quieren bajar las tensiones para sus gobiernos en el frente externo, porque en el interno afrontan procesos electorales -en septiembre el ecuatoriano y en noviembre el venezolano- que decidirán su permanencia en el poder y la continuidad de sus proyectos de gobierno.

Además, a ambos les repugna toda posibilidad de ser llevados como oveja al matadero ante la Corte Penal Internacional para enfrentar cargos de complicidad, colaboración, fraternización, apoyo, etc., a una agrupación que, además de delictiva, es terrorista según una norma aceptada, prácticamente, en todo el mundo.

Por fin, e igual de grave, quién asegura que en forma subrepticia no continúen ayudando, de una forma u otra a los terroristas, cuyos cuadros están diezmados, que no tiene armas ni municiones, que le faltan alimentos y medicinas y que ha perdido o se han limitado sus accesos a áreas de descanso y aprovisionamiento en países vecinos.

Así que, en mi humilde opinión, Uribe está jugando la carta equivocada. Se dice que cierta tendencia política ecuatoriana inventó el fraude electoral porque, en opinión de sus líderes, no se podía “perder con papelitos lo que había ganado a bala”, es decir, que no cabía perder en las urnas lo conseguido en las batallas. Con Uribe ocurre algo igual.

Lo que a Colombia le cuesta sangre, sudor, lágrimas y dinero, no lo puede perder con actitudes poco menos que cobardes con aquellos que son socios de los delincuentes. La guerra debe continuar en todos los frentes incluso contra aquellos que, de un momento a otro, esconden bajo una piel de oveja su real condición de bestias salvajes.